25.10.07

Cacaluta 25-8-99

Visita de Guillermo Fadanelli y Martín Solares. Los dos reunen esos rasgos de nobleza e inteligencia que distinguen a los hombres originales. Hasta ahora ninguno de los dos ha alcanzado la plenitud creativa; pero, de persistir en el intento, Guillermo podría convertirse en el narrador por excelencia de la infernalidad urbana, y Martín en el editor de la narrativa mexicana del nuevo siglo. Es posible: todo depende del desenlace de la lucha radical entre la soberbia y la humildad, la luz y la oscuridad

Mucho agave y demasiadas palabras. Martín insistió en que desearía ser mi editor, deseo que comparto tras el creciente desacuerdo con Planeta. Sin embargo, le falta aún a Martín un buen trecho –quizás el más difícil- para superar el promisorio desempeño que logró alcanzar en Tusquets.

Ante el asalto de los neofenicios al poder editorial, no sólo se me sublevan las ganas de escribir, sino también las de publicar. Por desgracia aún no he aprendido a serle fiel al silencio.

Cacaluta 16-8-99

Hace una década el peregrinar de lectores que venían a confirmar lo narrado en Entrecruzamientos nos puso al límite del aislamiento radical. Jóvenes universitarios en su gran mayoría, que se aventuraban a través de la selva o venían con algún lanchero con ánimo de conocer al impecable don Ramón y comprobar si los delirios de ruptura que le habían despertado los tres volúmenes tenían una fundamentación existencial. Resultaba cuando menos desconcertante encontrarse con tanta expectativa y admiración en esas miradas que anhelaban zambullirse en su propia experiencia utópica.

Hoy, las lanchas y los yates que pasean a los turistas en el área marítima del Parque Nacional recitan una mezcla de verdades y mentiras justo frente a nuestro refugio, y esta rutina profana nos recuerda sentenciosamente que somos una anomalía en franco proceso de extinción.

Con los netos huatulqueños, después de la respuesta agresiva motivada por la publicación de Huatulqueños y Samahua, la relación parece haber entrado ya en una fase de respeto y simpatía. Sin embargo, queda entre los especimenes más broncos y maleados por el poder, un rescoldo de resentimiento hacia mi vida y mi obra que recuerda a los peores tiempos de barbarie.

Desentrañar literariamente la esencia nucleohistórica de un pueblo suele ser una ofensa imperdonable para los que usufructuan el poder presentáneo: el rechazo lo vivieron Tolstoi y Dostoievsky, y también Faulkner y Valle-Inclan; en México el caso de Rulfo sería patético si no fuera trágico, pues todavía está por dilucidarse cuánta culpa le correspondió al rechazo de algunos de los paisanos más encumbrados hacia Pedro Páramo y El llano en llamas en la esterilidad sufriente del autor.

En todas las culturas la visión esencial que da rostro y corazón a la comunidad, siempre ha sido considerada como un privilegio exclusivo de la casta sagrada. La transgresión de la norma por alguien ajeno a este sacerdocio, es un acto criminal; por eso los romanos le daban al término sacer esa doble connotación de reverencia y transgresión.

A decir verdad, sólo el destino providencial pudo hacer posible que todos los intentos por convertirme en festín de zopilotes no alcanzaran a consumarse.

Cacaluta 15-8-99

El culto a la ganancia rápida, sin importar para nada la moral, la justicia y el espíritu, me hace reflexionar que el facilismo y la decadencia no son en el fondo más que formas de renuncia. Lo que una obra light nos muestra es la fugacidad de lo aéreo, de lo que no tiene enraizamiento ni permanencia. Para que una obra describa la decadencia sin mediocrizarse, debe llevar implícita la motivación esencial de la caída; es decir, deberá ser la visión de una omnisciencia que en todo momento trascienda los límites de lo narrado.
Y si bien es cierto que las cosas muestran su verdad cuando dejan de ser lo que son, este “dejar de ser” debe entenderse más como un esfuerzo necio por querer seguir siendo, que como una renuncia resignada. Este, justamente, es el sentido que Valle-Inclán le daba a la grandeza caída: el empeño obstinado e inútil de la plenitud por evitar el abrazo de la nada.
En última instancia, el único conocimiento que se acerca a la verdad es el del tránsito del ser hacia la nada. Pero, ¿y qué es la nada sino la fusión con el Todo?

Cacaluta 12-8-99

La visión de un venado con su nueva cornamenta me hizo recordar el ciclo de muerte-renacimiento que rige para la vida no domesticada. Los huatulqueños creen que es el propio dueño de los animales salvajes –divinidad oscura y justiciera- el que recoge la cornamentas cuando al inicio de la temporada de lluvias los venados se desprenden de ellas. Lo sorprendente del asunto es que en los veinte años que llevo recorriendo la selva jamás haya podido dar con alguna cornamenta desprendida. La razón, no obstante, parece obvia: el pelo se transforma en hueso, y el hueso en polvo pútrido.
El cambio de cornamenta es, sin duda, otra versión del mito de Deméter: en éste está contenido todo el misterio del culto vegetal; en aquél, puede verse la ritualidad de una cultura guerreante. Si partimos de que la inteligencia es el arma más efectiva del hombre, me atrevería a pensar que el cambio anual de la visión del mundo nos pondría ante las cosas con una sana actitud de pasmo.
En el fondo, la creación –toda forma de creación- no es otra cosa que un cambio de cornamenta. Desechar y perfeccionar, morir y renacer cíclicamente –en cada sinfonía, cada libro, cada cuadro- son las dos fases del proceso creativo. El creador que no se desprende de sus armas después de cada hallazgo, quedará de inmediato fuera del ritual creativo; a la distancia verá la disputa de los más capaces y sólo podrá acceder si acaso al goce fugaz de alguna medianía.

Cacaluta 10-8-99

Diosecillos arrogantes cuando no pobres diablos, estamos condenados a vivir en la incompletitud del tránsito. La total diversidad es igual de anuladora que la plena uniformidad. No puede haber grandeza en una sociabilidad donde todos sus miembros se consideran únicos en su afán protagónico. Los igualitarismos sociales no son más que intentos autoritarios que pretenden violentar la desigualdad natural.
Cuánto más vivo y sufro las miserias de los indígenas, más me convenzo de que el indigenismo es en realidad la consumación de todos los errores de Occidente. Es desalentador comprobar cómo el indígena que supera el resentimiento histórico, termina la mayoría de las veces convirtiéndose en tiranuelo de su propia gente.
Si en la travesía es donde se forja el destino, es claro que el futuro del resentimiento indígena será el total desarraigo.

10.9.07

Cacaluta 6-8-99

Pocas formas de pesca tan fascinantes como la del agujón. Cuando se aprende a pescarlo desde la playa con un sedal delgado, la captura de sus similares de mayor tamaño -el marlin y el vela- no son más que meras prácticas de fuerza. Fritos al mojo de ajo o almendrados, los lomitos de agujón son de un sabor sin par. Y asados, en nada desmerecen al escabeche o caldo de jurel y barrilete.

Hoy por la mañana, agradecido por la abundancia de sardinas en la charca, intenté la pesca a todo lo largo de la playa. Al no sentir siquiera una mordida y por el ímpetu del oleaje decidí regresar, enfocando el deseo en la fritanga de sardinas que la imaginación y el hambre hacían crepitar en el sartén sobre la lumbre. Y de pronto, descubrí a unas decenas de metros de la playa a dos tortugas mancuernadas boqueando gozosas sobre el oleaje. Me metí extremando el acecho para que no me vieran y logré prender al macho por atrás, metiendo mi mano derecha entre el caparazón y la cabeza y la izquierda justo en el extremo posterior, de manera que al mismo tiempo que me impulsaba con las piernas dirigía con las manos el aleteo de las tortugas hacia tierra.

Por fin, tras un cuarto de hora de esfuerzo intentando en vano que las tortugas se desacoplaran para quedarme solamente con el macho, pude acercarme lo suficiente a la orilla para salir impulsado por una ola. En cuanto di pie en la arena, intenté arrastrar a los animales –casi cien kilos entre las dos- playa arriba, pero otra ola aún más grande que la que me había sacado me levantó en vilo y me dio una revolcada pesadillesca. Absorbido en el trance me negué imprudentemente a soltar la presa hasta que entre tanto zarandeo la hembra se zafó, lo que me incentivó a afirmarme con más fuerza a la caparazón del macho, que volteaba la cabeza con porfía en busca de una mordida decisiva.

Y así estuve debatiendo con las olas y la tortuga en una temporalidad intensísima que agotaba los destellos de conciencia entre la reventazón de las olas y el paréntesis que abría sobre la superficie mi cabeza al jalar aire desesperadamente. Entonces, un mandato desde la más profunda oscuridad me dijo ¡Suéltala!, pero mis brazos y mis manos siguieron obedeciendo al deseo negándose a soltarla.

En tal necedad persistía, cuando un torbellino a la medida de mi ambición me puso a girar vertiginosamente, y fue así como una fuerza descomunal logró arrancarme a la presa de las manos. Salí arrastrándome apenas hasta la arena firme de la playa y me dejé caer boqueando como un náufrago. Levanté la mano derecha sólo para ver las yemas de los dedos ensangrentadas y cerré enseguida los ojos tratando de controlar la respiración para amenguar el trepidante golpeteo del corazón sobre el pecho.

Un graznido agudísimo justo encima de mi me trajo de nuevo a la luz, y lo primero que vi en lo alto fue un águila que llevaba entre sus garras un pez plateado que aún debatía por soltarse. Todo, y al siguiente latido nada: así es la impredecibilidad del trópico.

Raga, que ya está habituada a mis excesos, no dudó de que las heridas de los dedos se habían producido al resbalar en las rocas. Pero mientras ella movía en desaprobación la cabeza y me hacía prometerle más cordura y acecho en mis actos, yo nada más pensaba en las tortugas, en cómo por un instante inacabable había tenido en mis manos dos vidas que celebraban el milagro ritual de la perpetuación después de haber sobrevivido durante más de veinte años en las profundidades asesinas del Pacífico. Es el único coito que he interrumpido en mi vida, y no me quedaron ganas de volver a intentarlo.

1-8-99

Pocas culturas son tan alérgicas a la profundidad de pensamiento como la norteamericana. Allí, cuando ha habido filosofía no ha sido más que un recetario técnico para justificar y hacer más eficiente la producción y venta de mercancías; y en ciertos casos extremos se lleva al límite la autoculpabilidad para arremeter frontalmente contra la infértil rumia académica que pretende extraerle algún jugo a los desechos metódicos que importan de Europa.

Acabo de leer El día de la Independencia de Richard Ford, apóstol menor de la taradez clasemediera norteamericana; y ante este tipo de libros, que nos remiten inevitablemente a la necia entronización del sentido común del Babbit de Sinclair Lewis, la pregunta obligada es: ¿cuándo entenderán los norteamericanos que su megalomanía –a pesar de disfrazarse de humor simplón y falso autoflagelo- no es más que brillante superficialidad sin fondo?

No en balde, las mejores expresiones literarias que han logrado fueron en realidad gestos soterrados de rebeldía. Visiones que descubren la grandeza en la caída, y donde los personajes más perfilados no pasan de ser antihéroes tragicómicos que, sin más convicciones que la autoculpabilidad y el fatalismo, se oponen insensatamente a la tiranía del sentido común y el patriarcalismo bíblico. Pienso, por ejemplo, en Rabbit de Updike, El guardián en el centeno de Salinger o La conjura de los necios de Paul Kennedy.

Lo sorprendente es que en medio de tanto disparate producido por la publicidad logren alzarse de vez en cuando titanes de la talla de un Faulkner o un Cormarc Mc Carthy.

Definición de Homero Torrenciales, el portaestandarte de la literatura ébrica oaxaqueña: La norteamericana es una sociedad represiva y carcelaria, donde sólo disfrutan los pendejos.

9.9.07

Cacaluta 25-7-99

Fin de semana marcadamente fanático. En la costa este de Estados Unidos cayó al mar la avioneta que piloteaba J.F. Kennedy junior. En Marruecos murió el anciano rey que había hecho del islamismo una cruzada obsesiva. En ambos casos la ritualidad masiva desbordó los cauces previstos. El culto al rey se explica por la misma estupidez con que los ingleses veneran a su reina; y el culto al junior caído tal vez se deba a la manera ingenua con que pretendió liberarse de la sombra de su padre.

Ya entró la canícula; y a falta de cacería practico el acecho pescando en las rocas y matando alacranes por las noches. No cabe duda de que toda víctima cargada de ponzoña es un asesino en potencia. En una sola noche en Kosovo fueron ejecutados en venganza catorce campesinos servios. Flujo y reflujo de la más primitiva violencia, para dejar en claro que el instinto y no el intelecto sigue siendo el principal motor de la Historia.

Cacaluta 22-7-99

Continúa vigente la obsesión por los límites.

San Juan de la Cruz: la renuncia total. Beckett: la liberación a través del silencio. Marco Aurelio y Séneca: la plena subyugación de la bestia humana.

Cada vez existo menos. Sólo quiero desapegarme de la presentaneidad profana, que cada instante me aleje más del lamento de los grandes perdedores. Ni Dostoievski, ni Nietzsche, ni Ciorán, ni Revueltas, ni Sábato…, ya no quiero rezar por los que se sacrificaron neciamente enfrentando el sentido común y la santa democracia.
Es probable que el discernimiento que busco esté en el noble sendero medio con que el iluminado Buda demarcaba los pares de opuestos. Sin embargo, cuando acecho mi comportamiento, sospecho que tal vez me encuentre a mitad de camino entre el guerrero y el místico, necesitando por igual la ritualidad sacrificial y la astucia de un depredador en serio peligro de extinción.

Cacaluta 17-7-99

Acabo de leer Antes del fin, las últimas palabras de Sábato desde el borde mismo de la Historia. Es doloroso ver cómo los pocos escritores auténticos que todavía quedan, son empujados al abismo por los tecnócratas que detentan el poder y por los pícaros sin moral alguna que trafican con la cultura.

Entre Dostoievski y Ciorán parece Sábato haber entretejido la red de su propia angustia. Toda su obra es un clamor de esperanza en medio del dolor vital. En la raíz del dolor y el desgarramiento está la duda, pero también están la fe y el sabio desapego que permiten superarla.

No es gratuita la falta de referencias a filósofos de la talla de Epicuro, Séneca y Plotino, verdaderos sabios ante el poder, los vicios y la muerte, y que lograron desapegarse del presente de manera ejemplar. Un intelectual que no se distancia prudentemente de su presentaneidad, termina convirtiéndose inevitablemente en un sofista.

Estoy de nuevo en transición creativa: atrás queda la experiencia numinosa en la Sierra mazateca; adelante la salida productiva a la utocrítica rigurosa que ahora me encadena a la renuncia total y al silencio.

24.8.07

La Carlota (sierra mazateca) 5-7-99

Por la mañana fuimos a Ayautla a comprar aceite de mamey. El lugar todavía conserva algo de su esencia primigenia, pero las huellas del progreso son ofensivas. La mitad del pueblo pertenece al partido oficial (PRI), la otra mitad a la oposición. Los dos niños que nos condujeron hacia la parte alta –donde vive la oposición- tenían un nivel de politización impensable en cualquier internauta urbano de su edad. Aquí el temor ante el extraño es clara muestra de que estamos en un mundo de opresión brutal.

Lucía y Raga, con su conciencia limpia y purificadora, comentaron que jamás, ni en el cine, habían visto juntas tanta exuberancia e insanía. Para mí es cada vez más evidente que la capacidad de resistencia y el deseo de sobrevivir de esta gente les depara un lugar decisivo en el futuro cercano.

A la vista de las milpas –tarea milenaria e improductiva- la conciencia se llena de estupor: es inconcebible que nadie esté haciendo nada por salvaguardar esta zona sagrada única en el mundo. Es probable, de no mediar un intento cabal por despenalizar el uso ritual del teonanácatl, que esta sierra excepcional para las experiencias iniciáticas tenga el mismo destino que la mítica Eleusis.

De paso, sorprendimos la pincelada irónica de la globalización: una pareja de norteamericanos que rentaban la casa más sólida del pueblo, con el fin sospechoso de aprender mazateco. Después, inevitablemente, vendrán los vendedores de verdades con su secuela tragicómica.

La Carlota (sierra mazateca) 4-7-99

Comimos siete pares cada uno, derrumbes de finísimo olor y sabor. Experiencia de total desapego que me permitió potenciar el acecho frente al yugo de la razón. Raga, deseando siempre ir más allá. Lucía, desbordando su energía en arranques lúdicos.

El lugar donde nos encontramos es una ruinosa finca cafetalera de finales del siglo pasado, pero aun en su decadencia permite ver –como sucede con las obras fallidas y tardías de los grandes autores- la persistencia del primer esplendor.

Cuanto más contemplo los destrozos del progreso entre los indígenas que habitan estas montañas prodigiosas, más me convenzo de que la estupidez humana es una argucia de la naturaleza para acabar poco a poco con el animal más depredador. El pasmo que produce la inmensidad que se abre ante la mirada madrugadora, es cortado bruscamente por los manchones de la milpa devoradora de bosques. Imposible no ver en esta destrucción irracional de la naturaleza un remedo perverso de la afinada inteligencia social de los insectos.

El lugar podría ser ideal para establecer un centro iniciático…De todos modos, sólo sería un gesto de gratitud en el límite del acabamiento.

La Carlota (sierra mazateca) 3-7-99

Llegamos ayer por la tarde. El viaje casi una rememoración fantasmal de los tiempos de Lowry: los mismos olores (excremento, diesel y frutas) y la misma gente sufridora y capaz de engullir todo lo que la sociedad global le ofrece emplasticado a bajo precio. Ante las imágenes sin alma de las terminales de autobuses de tercera clase, es obvio el error eurocéntrico de Darwin: no son los más aptos los que sobreviven, sino los más acrisolados en la adversidad y el dolor.

Durante un par de días, y al calor beligerante de los mezcales, un nutrido grupo de escritores oaxaqueños me tomó por conciencia justiciera de sus resentimientos caníbales. Por fin parecieron entender que sin autocrítica ni entrega metódica no puede consolidarse obra alguna. Filadelfo esta vez no traía la pistola para apoyar sus verdades; pero el poeta del mar César Rito Salinas continúa arrojando sus insultos sobre los colegas infértiles con la fuerza intolerante de un profeta pagano. El pintor Francisco Toledo se sentó entre nosotros sin desprenderse ni por un instante de su mutismo ritual; cuando finalmente se alejó cansado de oír a los enmezcalados, alguien se apresuró a comentar que su creciente desesperación creativa tenía mucho que ver con la veneración que le rendían. Conmigo, como siempre, fue respetuoso y defensivo; aunque sé muy bien que mi acento peninsular lo pone en un crispamiento distanciante.

Hoy por la mañana fuimos a recolectar teonanácatl, y mientras Raga y Lucía descansan un par de horas en preparación para la experiencia, yo escribo estas líneas y de cuando en cuando levanto la vista para deleitarme con las filigranas (en rojo, amarillo y negro) de un falso coralillo de más de un metro de largo, que ayer maté en esta bodega y cuya piel está ahora pegada en un horcón justo frente a donde estoy escribiendo.

Cacaluta 23-6-99

Cada vez que el aplauso del demos alcanza a un autor de obra duradera, siento que se comete una traición al verdadero conocimiento. No niego que hay grandezas que resisten la fácil celebración; pero un encumbramiento artificioso es pasaporte seguro para ingresar a la ignominia de la fosa común. El dilema es cada vez más acuciante: ¿cómo resistir, sin caer en el ostracismo, la tentación profana del poder?

Ayer el presidente de los Estados Unidos anunció el triunfo final de las fuerzas de la OTAN contra los servios. Con victorias como ésta, la palabra “vencedor” pierde su razón de ser y queda condenada a desaparecer de los diccionarios. En última instancia, lo único que viene a confirmar esta masacre disfrazada de acción libertaria es que los que se autoproclaman paladines universales del bien común y del libre intercambio de productos naturicidas, suelen ser los peores criminales.

Cuanto más leo de lo actual, mayor es la certeza de que me acerco ya al último abrazo de los clásicos. Las lluvias se están regularizando; sin embargo, el desarreglo climático es cada vez más notorio, y el mar, en protesta rebalsante, sigue negándome el ejercicio sublime de la pesca desde las rocas.

23.8.07

Cacaluta 16-6-99

Amaneció tormentoso el mar. La inminencia de la lluvia engañó el instinto defensivo de las hormigas arrieras y pude al fin seguir la fila depredadora hacia su nido. Llevaba ya varias semanas al acecho. Pero esta comunidad sólo salía a recolectar por la noche, y se retiraba antes del alba. Los intentos nocturnos por seguirlas fueron un rotundo fracaso. Y sólo ahora que las sorprendí en retirada tardía, pude entender las razones que mueven a ciertos expertos a sostener que estos animalitos tan humanos en su gregarismo terminarán señoreando la tierra.

El nido estaba a casi quinientos metros de las buganvillas que depredaban, y tuve que seguir la fila a golpe de machete entre los espineros de la selva. Es sorprendente el alto grado de astucia que han logrado para protegerse en su desplazamiento. En cuanto oían el agresivo canto del machete se detenían por completo, adquiriendo la apariencia de excrecencias vegetales, y sólo volvían a caminar después de unos minutos de quedarme inmóvil igual que ellas. Fue así como descubrí que caminaban justo por debajo de los bejucos y de las ramas tendidas, tratando siempre de evitar el contacto con el suelo. Cuando casi una hora después encontré el nido, regresé a buscar el polvo venenoso y rocíe con satisfacción la entrada.

Nunca tuve simpatía por los insectos, aunque entiendo la seducción enfermiza que ejercen sobre ciertas sensibilidades minimalistas como las de Fabre y Jünger. Para mí es un mundo de una voluntarización tan precisa y desindividualizada que me subleva con sólo observarlo. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer la derrota de mi planteamiento en la manera acelerada con que las sociedades mediáticas se acercan a la consagración del 11espíritu masivo.

Al anochecer, después de un fuerte aguacero, la naturaleza quiso dejar en claro cuál habrá de ser el desenlace final de la contienda: miles de reinas comenzaron a volar con su carga fértil hacia los violetas y grises de la última luz del horizonte. Tal vez en la siguiente temporada de secas la prole laboriosa de una de esas reinas me obligue una vez más a ejercitar el acecho.

Cacaluta 14-6-99

Hoy cumplí 48 años. Si tuviera que hacer un balance diría que han sido las renuncias las que en realidad posibilitaron los logros. Atrás queda un escenario rebosante de delirios y beligerancias; me siento como un guerrero que ha regresado a casa después de mil derrotas y con la conciencia de ser finalmente invencible.

Una referencia clara como el vuelo de un águila sobre el azul marino pleno de vida: no rotundo al poder y sus artimañas presentáneas.

Todos estos días las playas se han visto colmadas de zopilotes. En el pueblo se habló de vertidos químicos en Salina Cruz (demasiado lejos para ser causa directa), o del derrame de algún barco de los que hacen la ruta de la refinería hasta San Diego y Seatle. Yo me inclino por el efecto “marea roja”, que esta vez llegó muy a destiempo y con el agua demasiado caliente. Entre toda la mortandad de peces –cirujanos, loras, bolsas y pargos- no encontré ni un solo pelágico (jureles, agujones, túnidos, etc.). La concentración mortal tuvo lugar en las formaciones coralinas, y fueron los depredadores rutinarios de ese medio los que sufrieron las fatales consecuencias.

Una vez más confirmo que el zopilote es un animal sagrado. En mi largo periplo por estos rumbos no he conocido un cazador que se haya atrevido a dispararle. Sólo los urbonautas, cuando se aventuran en el campo armados, disparan con total inconsciencia hacia este pájaro tan beneficioso a pesar de su apariencia repulsiva. No es mera coincidencia que la etimologia de Cacaluta venga del náhuatl cacálotl (lugar de pájaros negros), y que el zopilote se identifique en la tradición mesoamericana con las deidades de los vientos.

Hay en el aparato digestivo de estos animales apestosísimos una capacidad extraordinaria para la asimilación de todo tipo de toxinas; una metáfora digestiva para un tiempo tan obstinadamente destructivo como el nuestro, en que la gran mayoría de los trepadores del poder logran sus objetivos a través de la ingestión de inmundicias.

A excepción de algún tanatofílico citadino, el zopilote no tiene enemigos naturales. Tal vez de ahí provenga la fascinación que ejerce sobre ciertos escritores que, como Faulkner, no dudan a la hora de escogerlo como su expresión vital favorita.

Cacaluta 9-6-99

Entre lo último que leí he encontrado pocas obsesiones perdurables. Y quiero entender aquí por obsesión un doblegarse del sujeto ante sus delirios esenciales: Kant ante el método, Hegel ante el sistema, Marx ante la Historia...; pero en el ámbito estrictamente literario Lowry es uno de los candidatos más sólidos para ser campeón de los obsesivos. La manera cómo nos hace participar de su obsesión por ver publicado Bajo el volcán, es patológicamente extraordinaria. Esos celos que siente - mientras le rechazan por duodécima vez el manuscrito- del éxito alcanzado por The lost weekend, me regresó de golpe a mediados de los setenta, cuando la aparición de Dialéctica de lo concreto de Kosik y La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, tenían desquiciado al autor febril de Totalidad, seudototalidad y parte.

Hoy por la mañana, al querer apartar un leño de la lumbre, me picó un alacrán. El dolor y la autocondena por el desliz me llevaron por momentos a una fase exterminadora. Es increíble comprobar cómo la agresión de un individuo es asimilada por la conciencia sufriente como una agresión de toda la especie. Siguen irregulares las lluvias, y los animales y las plantas parecen suspendidos en el pasmo de esta transición anómala.

Cacaluta 2-6-99

Escribir un diario suele ser la manera más segura de perderse en la seudoeternidad, aunque lo que se busque sea más bien la permanencia de la memoria.

En el bagaje hay de todo: desde la caza sutil de Jünger hasta las presentaneidades de los Goncourt. Sin embargo, no son los diarios lo que yo consideraría como literatura creativa; me atrae mucho más el distanciamiento distorsionante de la biografía, ese reacomodo esencial de la mirada a través de una conciencia interesada y egoísta. Los escritos de un salvaje de Gauguin y El cazador blanco de John Hunter continúan siendo referencias extremas.

Hay en las primeras lluvias del trópico una ejemplificación desbordante de los ritos mistéricos diez veces milenarios de Eleusis. En ningún lugar ha querido la naturaleza tanto su fecundidad y sacralidad como en estos ecosistemas de selva mixta caducifolia que aún sobreviven a la idiotez tecnológica. A tan sólo una semana de la caída de la primera lluvia, los brotes reverdecen el entorno en medio de un silencio prodigioso que ni se rompe con el goce cantarino de los pájaros: es la exigencia inquebrantable del crecimiento portentoso de la vida hacia su máximo.

15.8.07

Cacaluta 31-5-99

Inicié el primer diario a los dieciséis años. Se trataba de ponerle alas a los sueños, y comencé a pilotear una nave con todo el deseo de que puede ser capaz un adolescente atractivo y asesino. Después, muchos libros y cuestionamientos de por medio, una tarde extrañamente druídica del verano de 1971, encima de la caseta de un guardia y frente al lago de High Park en Londres, empecé a darle cuerpo a los desvaríos nietzscheanos, y la intención sólo duró un par de cuadernos, seguramente extraviado entre tanto reacomodo de pertenencias.

Durante mi experiencia grupal hacia principios de los setenta, el yo interior se hizo trizas: el cuerpo sacrificial del líder que alimenta el deseo de eternización de las masas. Sin Raga, sin su radiantez siempre amorosa, me hubiera resultado imposible recomponer el descuartizamiento. En la vida de todo Osiris, hay siempre una Isis renacedora y fecundante. Ahora, entre la cercanía de los cincuenta años, y tras vivir veinte de plena experiencia utópica con Raga, intento de nuevo abrirme a la mirada autoacechante. No el merodeador de cadáveres, sino el anacrónico buscador de verdades que sospecha que confundidas entre las formas que se arrastran, hay claves que permiten el hermanamiento de los corazones y las voluntades al borde del abismo.

Reportaje en Univisión