24.8.07

La Carlota (sierra mazateca) 5-7-99

Por la mañana fuimos a Ayautla a comprar aceite de mamey. El lugar todavía conserva algo de su esencia primigenia, pero las huellas del progreso son ofensivas. La mitad del pueblo pertenece al partido oficial (PRI), la otra mitad a la oposición. Los dos niños que nos condujeron hacia la parte alta –donde vive la oposición- tenían un nivel de politización impensable en cualquier internauta urbano de su edad. Aquí el temor ante el extraño es clara muestra de que estamos en un mundo de opresión brutal.

Lucía y Raga, con su conciencia limpia y purificadora, comentaron que jamás, ni en el cine, habían visto juntas tanta exuberancia e insanía. Para mí es cada vez más evidente que la capacidad de resistencia y el deseo de sobrevivir de esta gente les depara un lugar decisivo en el futuro cercano.

A la vista de las milpas –tarea milenaria e improductiva- la conciencia se llena de estupor: es inconcebible que nadie esté haciendo nada por salvaguardar esta zona sagrada única en el mundo. Es probable, de no mediar un intento cabal por despenalizar el uso ritual del teonanácatl, que esta sierra excepcional para las experiencias iniciáticas tenga el mismo destino que la mítica Eleusis.

De paso, sorprendimos la pincelada irónica de la globalización: una pareja de norteamericanos que rentaban la casa más sólida del pueblo, con el fin sospechoso de aprender mazateco. Después, inevitablemente, vendrán los vendedores de verdades con su secuela tragicómica.

La Carlota (sierra mazateca) 4-7-99

Comimos siete pares cada uno, derrumbes de finísimo olor y sabor. Experiencia de total desapego que me permitió potenciar el acecho frente al yugo de la razón. Raga, deseando siempre ir más allá. Lucía, desbordando su energía en arranques lúdicos.

El lugar donde nos encontramos es una ruinosa finca cafetalera de finales del siglo pasado, pero aun en su decadencia permite ver –como sucede con las obras fallidas y tardías de los grandes autores- la persistencia del primer esplendor.

Cuanto más contemplo los destrozos del progreso entre los indígenas que habitan estas montañas prodigiosas, más me convenzo de que la estupidez humana es una argucia de la naturaleza para acabar poco a poco con el animal más depredador. El pasmo que produce la inmensidad que se abre ante la mirada madrugadora, es cortado bruscamente por los manchones de la milpa devoradora de bosques. Imposible no ver en esta destrucción irracional de la naturaleza un remedo perverso de la afinada inteligencia social de los insectos.

El lugar podría ser ideal para establecer un centro iniciático…De todos modos, sólo sería un gesto de gratitud en el límite del acabamiento.

La Carlota (sierra mazateca) 3-7-99

Llegamos ayer por la tarde. El viaje casi una rememoración fantasmal de los tiempos de Lowry: los mismos olores (excremento, diesel y frutas) y la misma gente sufridora y capaz de engullir todo lo que la sociedad global le ofrece emplasticado a bajo precio. Ante las imágenes sin alma de las terminales de autobuses de tercera clase, es obvio el error eurocéntrico de Darwin: no son los más aptos los que sobreviven, sino los más acrisolados en la adversidad y el dolor.

Durante un par de días, y al calor beligerante de los mezcales, un nutrido grupo de escritores oaxaqueños me tomó por conciencia justiciera de sus resentimientos caníbales. Por fin parecieron entender que sin autocrítica ni entrega metódica no puede consolidarse obra alguna. Filadelfo esta vez no traía la pistola para apoyar sus verdades; pero el poeta del mar César Rito Salinas continúa arrojando sus insultos sobre los colegas infértiles con la fuerza intolerante de un profeta pagano. El pintor Francisco Toledo se sentó entre nosotros sin desprenderse ni por un instante de su mutismo ritual; cuando finalmente se alejó cansado de oír a los enmezcalados, alguien se apresuró a comentar que su creciente desesperación creativa tenía mucho que ver con la veneración que le rendían. Conmigo, como siempre, fue respetuoso y defensivo; aunque sé muy bien que mi acento peninsular lo pone en un crispamiento distanciante.

Hoy por la mañana fuimos a recolectar teonanácatl, y mientras Raga y Lucía descansan un par de horas en preparación para la experiencia, yo escribo estas líneas y de cuando en cuando levanto la vista para deleitarme con las filigranas (en rojo, amarillo y negro) de un falso coralillo de más de un metro de largo, que ayer maté en esta bodega y cuya piel está ahora pegada en un horcón justo frente a donde estoy escribiendo.

Cacaluta 23-6-99

Cada vez que el aplauso del demos alcanza a un autor de obra duradera, siento que se comete una traición al verdadero conocimiento. No niego que hay grandezas que resisten la fácil celebración; pero un encumbramiento artificioso es pasaporte seguro para ingresar a la ignominia de la fosa común. El dilema es cada vez más acuciante: ¿cómo resistir, sin caer en el ostracismo, la tentación profana del poder?

Ayer el presidente de los Estados Unidos anunció el triunfo final de las fuerzas de la OTAN contra los servios. Con victorias como ésta, la palabra “vencedor” pierde su razón de ser y queda condenada a desaparecer de los diccionarios. En última instancia, lo único que viene a confirmar esta masacre disfrazada de acción libertaria es que los que se autoproclaman paladines universales del bien común y del libre intercambio de productos naturicidas, suelen ser los peores criminales.

Cuanto más leo de lo actual, mayor es la certeza de que me acerco ya al último abrazo de los clásicos. Las lluvias se están regularizando; sin embargo, el desarreglo climático es cada vez más notorio, y el mar, en protesta rebalsante, sigue negándome el ejercicio sublime de la pesca desde las rocas.

23.8.07

Cacaluta 16-6-99

Amaneció tormentoso el mar. La inminencia de la lluvia engañó el instinto defensivo de las hormigas arrieras y pude al fin seguir la fila depredadora hacia su nido. Llevaba ya varias semanas al acecho. Pero esta comunidad sólo salía a recolectar por la noche, y se retiraba antes del alba. Los intentos nocturnos por seguirlas fueron un rotundo fracaso. Y sólo ahora que las sorprendí en retirada tardía, pude entender las razones que mueven a ciertos expertos a sostener que estos animalitos tan humanos en su gregarismo terminarán señoreando la tierra.

El nido estaba a casi quinientos metros de las buganvillas que depredaban, y tuve que seguir la fila a golpe de machete entre los espineros de la selva. Es sorprendente el alto grado de astucia que han logrado para protegerse en su desplazamiento. En cuanto oían el agresivo canto del machete se detenían por completo, adquiriendo la apariencia de excrecencias vegetales, y sólo volvían a caminar después de unos minutos de quedarme inmóvil igual que ellas. Fue así como descubrí que caminaban justo por debajo de los bejucos y de las ramas tendidas, tratando siempre de evitar el contacto con el suelo. Cuando casi una hora después encontré el nido, regresé a buscar el polvo venenoso y rocíe con satisfacción la entrada.

Nunca tuve simpatía por los insectos, aunque entiendo la seducción enfermiza que ejercen sobre ciertas sensibilidades minimalistas como las de Fabre y Jünger. Para mí es un mundo de una voluntarización tan precisa y desindividualizada que me subleva con sólo observarlo. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer la derrota de mi planteamiento en la manera acelerada con que las sociedades mediáticas se acercan a la consagración del 11espíritu masivo.

Al anochecer, después de un fuerte aguacero, la naturaleza quiso dejar en claro cuál habrá de ser el desenlace final de la contienda: miles de reinas comenzaron a volar con su carga fértil hacia los violetas y grises de la última luz del horizonte. Tal vez en la siguiente temporada de secas la prole laboriosa de una de esas reinas me obligue una vez más a ejercitar el acecho.

Cacaluta 14-6-99

Hoy cumplí 48 años. Si tuviera que hacer un balance diría que han sido las renuncias las que en realidad posibilitaron los logros. Atrás queda un escenario rebosante de delirios y beligerancias; me siento como un guerrero que ha regresado a casa después de mil derrotas y con la conciencia de ser finalmente invencible.

Una referencia clara como el vuelo de un águila sobre el azul marino pleno de vida: no rotundo al poder y sus artimañas presentáneas.

Todos estos días las playas se han visto colmadas de zopilotes. En el pueblo se habló de vertidos químicos en Salina Cruz (demasiado lejos para ser causa directa), o del derrame de algún barco de los que hacen la ruta de la refinería hasta San Diego y Seatle. Yo me inclino por el efecto “marea roja”, que esta vez llegó muy a destiempo y con el agua demasiado caliente. Entre toda la mortandad de peces –cirujanos, loras, bolsas y pargos- no encontré ni un solo pelágico (jureles, agujones, túnidos, etc.). La concentración mortal tuvo lugar en las formaciones coralinas, y fueron los depredadores rutinarios de ese medio los que sufrieron las fatales consecuencias.

Una vez más confirmo que el zopilote es un animal sagrado. En mi largo periplo por estos rumbos no he conocido un cazador que se haya atrevido a dispararle. Sólo los urbonautas, cuando se aventuran en el campo armados, disparan con total inconsciencia hacia este pájaro tan beneficioso a pesar de su apariencia repulsiva. No es mera coincidencia que la etimologia de Cacaluta venga del náhuatl cacálotl (lugar de pájaros negros), y que el zopilote se identifique en la tradición mesoamericana con las deidades de los vientos.

Hay en el aparato digestivo de estos animales apestosísimos una capacidad extraordinaria para la asimilación de todo tipo de toxinas; una metáfora digestiva para un tiempo tan obstinadamente destructivo como el nuestro, en que la gran mayoría de los trepadores del poder logran sus objetivos a través de la ingestión de inmundicias.

A excepción de algún tanatofílico citadino, el zopilote no tiene enemigos naturales. Tal vez de ahí provenga la fascinación que ejerce sobre ciertos escritores que, como Faulkner, no dudan a la hora de escogerlo como su expresión vital favorita.

Cacaluta 9-6-99

Entre lo último que leí he encontrado pocas obsesiones perdurables. Y quiero entender aquí por obsesión un doblegarse del sujeto ante sus delirios esenciales: Kant ante el método, Hegel ante el sistema, Marx ante la Historia...; pero en el ámbito estrictamente literario Lowry es uno de los candidatos más sólidos para ser campeón de los obsesivos. La manera cómo nos hace participar de su obsesión por ver publicado Bajo el volcán, es patológicamente extraordinaria. Esos celos que siente - mientras le rechazan por duodécima vez el manuscrito- del éxito alcanzado por The lost weekend, me regresó de golpe a mediados de los setenta, cuando la aparición de Dialéctica de lo concreto de Kosik y La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, tenían desquiciado al autor febril de Totalidad, seudototalidad y parte.

Hoy por la mañana, al querer apartar un leño de la lumbre, me picó un alacrán. El dolor y la autocondena por el desliz me llevaron por momentos a una fase exterminadora. Es increíble comprobar cómo la agresión de un individuo es asimilada por la conciencia sufriente como una agresión de toda la especie. Siguen irregulares las lluvias, y los animales y las plantas parecen suspendidos en el pasmo de esta transición anómala.

Cacaluta 2-6-99

Escribir un diario suele ser la manera más segura de perderse en la seudoeternidad, aunque lo que se busque sea más bien la permanencia de la memoria.

En el bagaje hay de todo: desde la caza sutil de Jünger hasta las presentaneidades de los Goncourt. Sin embargo, no son los diarios lo que yo consideraría como literatura creativa; me atrae mucho más el distanciamiento distorsionante de la biografía, ese reacomodo esencial de la mirada a través de una conciencia interesada y egoísta. Los escritos de un salvaje de Gauguin y El cazador blanco de John Hunter continúan siendo referencias extremas.

Hay en las primeras lluvias del trópico una ejemplificación desbordante de los ritos mistéricos diez veces milenarios de Eleusis. En ningún lugar ha querido la naturaleza tanto su fecundidad y sacralidad como en estos ecosistemas de selva mixta caducifolia que aún sobreviven a la idiotez tecnológica. A tan sólo una semana de la caída de la primera lluvia, los brotes reverdecen el entorno en medio de un silencio prodigioso que ni se rompe con el goce cantarino de los pájaros: es la exigencia inquebrantable del crecimiento portentoso de la vida hacia su máximo.

15.8.07

Cacaluta 31-5-99

Inicié el primer diario a los dieciséis años. Se trataba de ponerle alas a los sueños, y comencé a pilotear una nave con todo el deseo de que puede ser capaz un adolescente atractivo y asesino. Después, muchos libros y cuestionamientos de por medio, una tarde extrañamente druídica del verano de 1971, encima de la caseta de un guardia y frente al lago de High Park en Londres, empecé a darle cuerpo a los desvaríos nietzscheanos, y la intención sólo duró un par de cuadernos, seguramente extraviado entre tanto reacomodo de pertenencias.

Durante mi experiencia grupal hacia principios de los setenta, el yo interior se hizo trizas: el cuerpo sacrificial del líder que alimenta el deseo de eternización de las masas. Sin Raga, sin su radiantez siempre amorosa, me hubiera resultado imposible recomponer el descuartizamiento. En la vida de todo Osiris, hay siempre una Isis renacedora y fecundante. Ahora, entre la cercanía de los cincuenta años, y tras vivir veinte de plena experiencia utópica con Raga, intento de nuevo abrirme a la mirada autoacechante. No el merodeador de cadáveres, sino el anacrónico buscador de verdades que sospecha que confundidas entre las formas que se arrastran, hay claves que permiten el hermanamiento de los corazones y las voluntades al borde del abismo.

Reportaje en Univisión