10.9.07

Cacaluta 6-8-99

Pocas formas de pesca tan fascinantes como la del agujón. Cuando se aprende a pescarlo desde la playa con un sedal delgado, la captura de sus similares de mayor tamaño -el marlin y el vela- no son más que meras prácticas de fuerza. Fritos al mojo de ajo o almendrados, los lomitos de agujón son de un sabor sin par. Y asados, en nada desmerecen al escabeche o caldo de jurel y barrilete.

Hoy por la mañana, agradecido por la abundancia de sardinas en la charca, intenté la pesca a todo lo largo de la playa. Al no sentir siquiera una mordida y por el ímpetu del oleaje decidí regresar, enfocando el deseo en la fritanga de sardinas que la imaginación y el hambre hacían crepitar en el sartén sobre la lumbre. Y de pronto, descubrí a unas decenas de metros de la playa a dos tortugas mancuernadas boqueando gozosas sobre el oleaje. Me metí extremando el acecho para que no me vieran y logré prender al macho por atrás, metiendo mi mano derecha entre el caparazón y la cabeza y la izquierda justo en el extremo posterior, de manera que al mismo tiempo que me impulsaba con las piernas dirigía con las manos el aleteo de las tortugas hacia tierra.

Por fin, tras un cuarto de hora de esfuerzo intentando en vano que las tortugas se desacoplaran para quedarme solamente con el macho, pude acercarme lo suficiente a la orilla para salir impulsado por una ola. En cuanto di pie en la arena, intenté arrastrar a los animales –casi cien kilos entre las dos- playa arriba, pero otra ola aún más grande que la que me había sacado me levantó en vilo y me dio una revolcada pesadillesca. Absorbido en el trance me negué imprudentemente a soltar la presa hasta que entre tanto zarandeo la hembra se zafó, lo que me incentivó a afirmarme con más fuerza a la caparazón del macho, que volteaba la cabeza con porfía en busca de una mordida decisiva.

Y así estuve debatiendo con las olas y la tortuga en una temporalidad intensísima que agotaba los destellos de conciencia entre la reventazón de las olas y el paréntesis que abría sobre la superficie mi cabeza al jalar aire desesperadamente. Entonces, un mandato desde la más profunda oscuridad me dijo ¡Suéltala!, pero mis brazos y mis manos siguieron obedeciendo al deseo negándose a soltarla.

En tal necedad persistía, cuando un torbellino a la medida de mi ambición me puso a girar vertiginosamente, y fue así como una fuerza descomunal logró arrancarme a la presa de las manos. Salí arrastrándome apenas hasta la arena firme de la playa y me dejé caer boqueando como un náufrago. Levanté la mano derecha sólo para ver las yemas de los dedos ensangrentadas y cerré enseguida los ojos tratando de controlar la respiración para amenguar el trepidante golpeteo del corazón sobre el pecho.

Un graznido agudísimo justo encima de mi me trajo de nuevo a la luz, y lo primero que vi en lo alto fue un águila que llevaba entre sus garras un pez plateado que aún debatía por soltarse. Todo, y al siguiente latido nada: así es la impredecibilidad del trópico.

Raga, que ya está habituada a mis excesos, no dudó de que las heridas de los dedos se habían producido al resbalar en las rocas. Pero mientras ella movía en desaprobación la cabeza y me hacía prometerle más cordura y acecho en mis actos, yo nada más pensaba en las tortugas, en cómo por un instante inacabable había tenido en mis manos dos vidas que celebraban el milagro ritual de la perpetuación después de haber sobrevivido durante más de veinte años en las profundidades asesinas del Pacífico. Es el único coito que he interrumpido en mi vida, y no me quedaron ganas de volver a intentarlo.

1-8-99

Pocas culturas son tan alérgicas a la profundidad de pensamiento como la norteamericana. Allí, cuando ha habido filosofía no ha sido más que un recetario técnico para justificar y hacer más eficiente la producción y venta de mercancías; y en ciertos casos extremos se lleva al límite la autoculpabilidad para arremeter frontalmente contra la infértil rumia académica que pretende extraerle algún jugo a los desechos metódicos que importan de Europa.

Acabo de leer El día de la Independencia de Richard Ford, apóstol menor de la taradez clasemediera norteamericana; y ante este tipo de libros, que nos remiten inevitablemente a la necia entronización del sentido común del Babbit de Sinclair Lewis, la pregunta obligada es: ¿cuándo entenderán los norteamericanos que su megalomanía –a pesar de disfrazarse de humor simplón y falso autoflagelo- no es más que brillante superficialidad sin fondo?

No en balde, las mejores expresiones literarias que han logrado fueron en realidad gestos soterrados de rebeldía. Visiones que descubren la grandeza en la caída, y donde los personajes más perfilados no pasan de ser antihéroes tragicómicos que, sin más convicciones que la autoculpabilidad y el fatalismo, se oponen insensatamente a la tiranía del sentido común y el patriarcalismo bíblico. Pienso, por ejemplo, en Rabbit de Updike, El guardián en el centeno de Salinger o La conjura de los necios de Paul Kennedy.

Lo sorprendente es que en medio de tanto disparate producido por la publicidad logren alzarse de vez en cuando titanes de la talla de un Faulkner o un Cormarc Mc Carthy.

Definición de Homero Torrenciales, el portaestandarte de la literatura ébrica oaxaqueña: La norteamericana es una sociedad represiva y carcelaria, donde sólo disfrutan los pendejos.

9.9.07

Cacaluta 25-7-99

Fin de semana marcadamente fanático. En la costa este de Estados Unidos cayó al mar la avioneta que piloteaba J.F. Kennedy junior. En Marruecos murió el anciano rey que había hecho del islamismo una cruzada obsesiva. En ambos casos la ritualidad masiva desbordó los cauces previstos. El culto al rey se explica por la misma estupidez con que los ingleses veneran a su reina; y el culto al junior caído tal vez se deba a la manera ingenua con que pretendió liberarse de la sombra de su padre.

Ya entró la canícula; y a falta de cacería practico el acecho pescando en las rocas y matando alacranes por las noches. No cabe duda de que toda víctima cargada de ponzoña es un asesino en potencia. En una sola noche en Kosovo fueron ejecutados en venganza catorce campesinos servios. Flujo y reflujo de la más primitiva violencia, para dejar en claro que el instinto y no el intelecto sigue siendo el principal motor de la Historia.

Cacaluta 22-7-99

Continúa vigente la obsesión por los límites.

San Juan de la Cruz: la renuncia total. Beckett: la liberación a través del silencio. Marco Aurelio y Séneca: la plena subyugación de la bestia humana.

Cada vez existo menos. Sólo quiero desapegarme de la presentaneidad profana, que cada instante me aleje más del lamento de los grandes perdedores. Ni Dostoievski, ni Nietzsche, ni Ciorán, ni Revueltas, ni Sábato…, ya no quiero rezar por los que se sacrificaron neciamente enfrentando el sentido común y la santa democracia.
Es probable que el discernimiento que busco esté en el noble sendero medio con que el iluminado Buda demarcaba los pares de opuestos. Sin embargo, cuando acecho mi comportamiento, sospecho que tal vez me encuentre a mitad de camino entre el guerrero y el místico, necesitando por igual la ritualidad sacrificial y la astucia de un depredador en serio peligro de extinción.

Cacaluta 17-7-99

Acabo de leer Antes del fin, las últimas palabras de Sábato desde el borde mismo de la Historia. Es doloroso ver cómo los pocos escritores auténticos que todavía quedan, son empujados al abismo por los tecnócratas que detentan el poder y por los pícaros sin moral alguna que trafican con la cultura.

Entre Dostoievski y Ciorán parece Sábato haber entretejido la red de su propia angustia. Toda su obra es un clamor de esperanza en medio del dolor vital. En la raíz del dolor y el desgarramiento está la duda, pero también están la fe y el sabio desapego que permiten superarla.

No es gratuita la falta de referencias a filósofos de la talla de Epicuro, Séneca y Plotino, verdaderos sabios ante el poder, los vicios y la muerte, y que lograron desapegarse del presente de manera ejemplar. Un intelectual que no se distancia prudentemente de su presentaneidad, termina convirtiéndose inevitablemente en un sofista.

Estoy de nuevo en transición creativa: atrás queda la experiencia numinosa en la Sierra mazateca; adelante la salida productiva a la utocrítica rigurosa que ahora me encadena a la renuncia total y al silencio.