De nuevo en el centro solar. Y desde aquí Madrid, con su aquiescencia glamorosa, y Canarias tan hispanoamericana y festiva, se ven como dos referencias efímeras en un parpadeo insomne.
Un proyecto justiciero: acabar con los neofenicios que profanan, con su afán desmedido de lucro y la celebración de todo tipo de simplezas, la relación autor-lector. El cincuenta por ciento que cobran ya los grandes mercaderes de libros hace pensar, con un regusto de rebeldía, en la grandeza de aquellos libreros que leían todo y sabían qué recomendarle a cada lector. Por lo demás, el papel de los editores es cada vez menos relevante: costos y beneficios sustituyen al gusto estético y la creatividad. Tal vez con la red literaria desaparezca la industria editorial como la conocemos hoy día (lo que supondría la salvación providencial de millones de árboles); sin embargo, estoy seguro que el libro de arte gozará de mejor ventura.
La novela que estoy escribiendo volvió a experimentar una reacomodación violenta. A la sugerencia de Fadanelli se le aunó la de Martín Solares y decidí con ellos que era mucho más fluida la versión lineal de las andanzas de Trilce. Probablemente en las divagaciones entre El y Trilce en el desierto intercale los capítulos contrapunteados a manera de intercambio terapéutico.
La doble posibilidad del creador: alimentarse de sus creaciones o ser devorado por ellas.