25.10.07

Cacaluta 12-8-99

La visión de un venado con su nueva cornamenta me hizo recordar el ciclo de muerte-renacimiento que rige para la vida no domesticada. Los huatulqueños creen que es el propio dueño de los animales salvajes –divinidad oscura y justiciera- el que recoge la cornamentas cuando al inicio de la temporada de lluvias los venados se desprenden de ellas. Lo sorprendente del asunto es que en los veinte años que llevo recorriendo la selva jamás haya podido dar con alguna cornamenta desprendida. La razón, no obstante, parece obvia: el pelo se transforma en hueso, y el hueso en polvo pútrido.
El cambio de cornamenta es, sin duda, otra versión del mito de Deméter: en éste está contenido todo el misterio del culto vegetal; en aquél, puede verse la ritualidad de una cultura guerreante. Si partimos de que la inteligencia es el arma más efectiva del hombre, me atrevería a pensar que el cambio anual de la visión del mundo nos pondría ante las cosas con una sana actitud de pasmo.
En el fondo, la creación –toda forma de creación- no es otra cosa que un cambio de cornamenta. Desechar y perfeccionar, morir y renacer cíclicamente –en cada sinfonía, cada libro, cada cuadro- son las dos fases del proceso creativo. El creador que no se desprende de sus armas después de cada hallazgo, quedará de inmediato fuera del ritual creativo; a la distancia verá la disputa de los más capaces y sólo podrá acceder si acaso al goce fugaz de alguna medianía.

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