25.10.07

Cacaluta 16-8-99

Hace una década el peregrinar de lectores que venían a confirmar lo narrado en Entrecruzamientos nos puso al límite del aislamiento radical. Jóvenes universitarios en su gran mayoría, que se aventuraban a través de la selva o venían con algún lanchero con ánimo de conocer al impecable don Ramón y comprobar si los delirios de ruptura que le habían despertado los tres volúmenes tenían una fundamentación existencial. Resultaba cuando menos desconcertante encontrarse con tanta expectativa y admiración en esas miradas que anhelaban zambullirse en su propia experiencia utópica.

Hoy, las lanchas y los yates que pasean a los turistas en el área marítima del Parque Nacional recitan una mezcla de verdades y mentiras justo frente a nuestro refugio, y esta rutina profana nos recuerda sentenciosamente que somos una anomalía en franco proceso de extinción.

Con los netos huatulqueños, después de la respuesta agresiva motivada por la publicación de Huatulqueños y Samahua, la relación parece haber entrado ya en una fase de respeto y simpatía. Sin embargo, queda entre los especimenes más broncos y maleados por el poder, un rescoldo de resentimiento hacia mi vida y mi obra que recuerda a los peores tiempos de barbarie.

Desentrañar literariamente la esencia nucleohistórica de un pueblo suele ser una ofensa imperdonable para los que usufructuan el poder presentáneo: el rechazo lo vivieron Tolstoi y Dostoievsky, y también Faulkner y Valle-Inclan; en México el caso de Rulfo sería patético si no fuera trágico, pues todavía está por dilucidarse cuánta culpa le correspondió al rechazo de algunos de los paisanos más encumbrados hacia Pedro Páramo y El llano en llamas en la esterilidad sufriente del autor.

En todas las culturas la visión esencial que da rostro y corazón a la comunidad, siempre ha sido considerada como un privilegio exclusivo de la casta sagrada. La transgresión de la norma por alguien ajeno a este sacerdocio, es un acto criminal; por eso los romanos le daban al término sacer esa doble connotación de reverencia y transgresión.

A decir verdad, sólo el destino providencial pudo hacer posible que todos los intentos por convertirme en festín de zopilotes no alcanzaran a consumarse.

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