11.4.08

Cacaluta 9-11-99

Aquí, en este rincón pletórico de vida aprendí que el paraíso y el infierno son las dos caras de un mismo todo. Y aunque estoy seguro que vivo la mejor de las vidas para mí posibles, cada vez me afirmo más en la convicción de que el aspecto paradisiaco del todo que habito es más vegetal y animal que humano.

Humanizar es culturizar, y una naturaleza cultivada pierde su libertad primigenia para convertirse en huerto o jardín. Hay sin duda en la inculta exuberancia de las selvas algo de mitología germinal, una plenitud sin dirección ni valor de uso donde la vida y la muerte se suceden en un equilibrio casi ritual. Sólo con la intervención del hombre la naturaleza pierde su armoniosidad. Cuando el espacio paradisiaco se historiza, lo infernal comienza a ser determinante. El hombre fija fines y calcula beneficios, rompe el equilibrio imperante y la vida animal y vegetal es condenada a muerte.

Tras años de contemplar la agresión calculada del hombre sobre la naturaleza tengo la certeza de que la verdadera experiencia paradisiaca es la interior, y que ésta sólo se alcanza trascendiendo la infernalidad en que gusta solazarse el cuerpo. El que ve una vez el lado paradisiaco de la vida jamás lo olvida, y el recuerdo permanece hasta el instante mismo de la muerte. Pero el que descubre el paraíso después de haberse perdido en los rincones más tentadores del infierno, sabe que la luz que lo ilumina es tan sublime, que todo lo demás ni siquiera queda en el recuerdo.

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