5.3.08

Cacaluta 19-9-99

Demasiados nueves, demasiada importancia, demasiado todo... Vivimos el momento histórico del cambio, el exceso carnavalesco en que las masas exigen sacrificios y los líderes sólo pretenden el aplauso.

Regreso del Encuentro Internacional de Escritores en Monterrey: un desfile de mediocridades de cuerpo y mente en la pasarela del erotismo. Algo entre la seudoliteratura y el vómito. Hablé del erotismo como genuina representación del gasto excesivo de energía; un gasto que sólo es posible en el ocio. Ni el guerrero ni el trabajador pueden permitirse el malgaste de energía erótica.
Fue como un vendaval de ideas sobre mentes que nada más piensan en contratos, regalías y aplausos.

Esta vez Raga evitó que arremetiera críticamente contra la pésima estructuración del Encuentro. Las organizadoras prometieron cambios, pero estoy seguro que el burocratismo y la pedagocracia terminarán aniquilando el Encuentro.

En mi particular código ético todos merecemos otra oportunidad. Sin embargo, conceder una tercer oportunidad sería ya incurrir en lo fársico: la primera oportunidad es políticamente correcta, la segunda es éticamente correcta; y la tercera implicaría la ridiculización de las dos primeras. Primero fue la ofensa de Mempo Giardinelli, al forzar –con su solo voto contra los de David Martín del Campo y Eduardo Parra- la división del Premio nacional de literatura IMPAC con Rafael Ramírez Heredia. Luego vino el golpe bajo que le dieron a Guillermo Fadanelli, que por haber ganado el premio el año pasado debería ser miembro del jurado de este año, y que lo dejaron fuera sin notificación alguna...Y ahora me entero que Gonzalo Celorio le arrebata el premio a Daniel Sada con un solo voto a favor, el del energuménico R. H. Moreno-Durán que inutilizó el de Margo Glanz y el de un sumiso maestro del Tecnológico de Monterrey: así se hace la microhistoria de la literatura de la caída.

De vuelta a casa, varios arbolitos y cactáceas destruidos: reminiscencias bárbaras de los hijos del cuidador. Nicéforo regresa de Gringolandia con la mente en blanco respecto a la terrible enfermedad venérea que trajo de allá, y que después de enormes gastos y consultas a médicos y curanderos terminó curando Lucía con un antibiótico carísimo.


Cada día me convenzo más de que estos indígenas y su bárbara prole terminarán comiéndose al Imperio. Tal vez algún día logra aceptar como única respuesta a tanta incultura la fluidez y el desapego.

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