23.8.07

Cacaluta 14-6-99

Hoy cumplí 48 años. Si tuviera que hacer un balance diría que han sido las renuncias las que en realidad posibilitaron los logros. Atrás queda un escenario rebosante de delirios y beligerancias; me siento como un guerrero que ha regresado a casa después de mil derrotas y con la conciencia de ser finalmente invencible.

Una referencia clara como el vuelo de un águila sobre el azul marino pleno de vida: no rotundo al poder y sus artimañas presentáneas.

Todos estos días las playas se han visto colmadas de zopilotes. En el pueblo se habló de vertidos químicos en Salina Cruz (demasiado lejos para ser causa directa), o del derrame de algún barco de los que hacen la ruta de la refinería hasta San Diego y Seatle. Yo me inclino por el efecto “marea roja”, que esta vez llegó muy a destiempo y con el agua demasiado caliente. Entre toda la mortandad de peces –cirujanos, loras, bolsas y pargos- no encontré ni un solo pelágico (jureles, agujones, túnidos, etc.). La concentración mortal tuvo lugar en las formaciones coralinas, y fueron los depredadores rutinarios de ese medio los que sufrieron las fatales consecuencias.

Una vez más confirmo que el zopilote es un animal sagrado. En mi largo periplo por estos rumbos no he conocido un cazador que se haya atrevido a dispararle. Sólo los urbonautas, cuando se aventuran en el campo armados, disparan con total inconsciencia hacia este pájaro tan beneficioso a pesar de su apariencia repulsiva. No es mera coincidencia que la etimologia de Cacaluta venga del náhuatl cacálotl (lugar de pájaros negros), y que el zopilote se identifique en la tradición mesoamericana con las deidades de los vientos.

Hay en el aparato digestivo de estos animales apestosísimos una capacidad extraordinaria para la asimilación de todo tipo de toxinas; una metáfora digestiva para un tiempo tan obstinadamente destructivo como el nuestro, en que la gran mayoría de los trepadores del poder logran sus objetivos a través de la ingestión de inmundicias.

A excepción de algún tanatofílico citadino, el zopilote no tiene enemigos naturales. Tal vez de ahí provenga la fascinación que ejerce sobre ciertos escritores que, como Faulkner, no dudan a la hora de escogerlo como su expresión vital favorita.

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