23.8.07

Cacaluta 16-6-99

Amaneció tormentoso el mar. La inminencia de la lluvia engañó el instinto defensivo de las hormigas arrieras y pude al fin seguir la fila depredadora hacia su nido. Llevaba ya varias semanas al acecho. Pero esta comunidad sólo salía a recolectar por la noche, y se retiraba antes del alba. Los intentos nocturnos por seguirlas fueron un rotundo fracaso. Y sólo ahora que las sorprendí en retirada tardía, pude entender las razones que mueven a ciertos expertos a sostener que estos animalitos tan humanos en su gregarismo terminarán señoreando la tierra.

El nido estaba a casi quinientos metros de las buganvillas que depredaban, y tuve que seguir la fila a golpe de machete entre los espineros de la selva. Es sorprendente el alto grado de astucia que han logrado para protegerse en su desplazamiento. En cuanto oían el agresivo canto del machete se detenían por completo, adquiriendo la apariencia de excrecencias vegetales, y sólo volvían a caminar después de unos minutos de quedarme inmóvil igual que ellas. Fue así como descubrí que caminaban justo por debajo de los bejucos y de las ramas tendidas, tratando siempre de evitar el contacto con el suelo. Cuando casi una hora después encontré el nido, regresé a buscar el polvo venenoso y rocíe con satisfacción la entrada.

Nunca tuve simpatía por los insectos, aunque entiendo la seducción enfermiza que ejercen sobre ciertas sensibilidades minimalistas como las de Fabre y Jünger. Para mí es un mundo de una voluntarización tan precisa y desindividualizada que me subleva con sólo observarlo. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer la derrota de mi planteamiento en la manera acelerada con que las sociedades mediáticas se acercan a la consagración del 11espíritu masivo.

Al anochecer, después de un fuerte aguacero, la naturaleza quiso dejar en claro cuál habrá de ser el desenlace final de la contienda: miles de reinas comenzaron a volar con su carga fértil hacia los violetas y grises de la última luz del horizonte. Tal vez en la siguiente temporada de secas la prole laboriosa de una de esas reinas me obligue una vez más a ejercitar el acecho.

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